martes, 11 de abril de 2017

Play al alma fantasma

Para la chica enojada del pelo rodete

Ilustración: Waldo Longo

Victoria era un robot. Todo el mundo lo sabía menos ella. Toda su vida era una mentira, sus padres, marido, hijos, hasta el perro, todos actores. El perro era el mejor actor de todos porque si alguien sabía olfatear humanidad era él. Le enseñaron amor y lealtad hacia Victoria de la misma manera que enseñan a un mono a andar en bicicleta en esos circos que ya no existen. 

La vida de Victoria era un experimento de gran escala en el que ponían bajo absoluta observación a un robot humanoide y de esta manera evaluar la posibilidad de insertarlos en la sociedad. Aunque esto no se trata de eso. No tengo nada para decir que películas hollywoodenses no hayan explorado antes. Proyecto V era el nombre y los científicos se saludaban constantemente levantando dos dedos al aire en señal de victoria. Nerds eran los de antes.

Esto se trata del alma(no pretendo saber que es) y el martes en particular que Victoria leyó un libro de autoayuda que no debería haber estado a su alcance. Este libro hacía constante referencia al alma, tanto así que provocó en Victoria un salto en la fibra óptica de su sinapsis binaria y la convirtió en la primera inteligencia artificial con una crisis existencial. Esta sencillamente es una bitácora de lo que pasó ese martes que terminó inesperadamente siendo también el último día del experimento y de muchas otras cosas.

El humano nacido de mujer, edificado de carne, hueso y errores, no tiene una definición universalmente concreta sobre que realmente es ”el alma” pero siente colores moverse caleidoscópicamente en su pecho cada tanto y se calma porque eso suena a algo que podemos dar ese nombre, las drogas recreativas ayudan porque las cosas son tan reales como le dejamos que sean. No vamos a meter a la religión en esto porque si es que D(d)ios existe, no estuvo presente ese día que era martes. Nadie salió intacto de lo que pasó y yo no puedo parar de destacar que lo que pasó…pasó un martes. No veo la necesidad de explicarme pero lo hago porque no tengo nada mejor que hacer.

Lo que personalmente deduzco que ocurrió fue que Victoria se tiró de cabeza a una pileta profunda dentro de ella misma para ver si encontraba en ese abismo algo que se parezca a aquello llamado soul. El detalle es que la pileta a la que se tiró de cabeza estaba vacía y Victoria se rompió para siempre algo importante contra el piso celeste de aquel hueco en el mundo.

Los toros reaccionan al rojo con una actitud particular y aquella máquina disfrazada de hija, esposa y madre reaccionó con aún más “particularidad” ante la posibilidad horriblemente racional de no poseer un gramo de misterio en su interior. Mucha gente salió lastimada, algunos directamente no salieron nunca más. El perro fue la primera víctima y su muerte fue particularmente salvaje ese martes. Hay días en los que entiendo perfectamente bien porque decidió empezar con su mejor amigo.

El marido, los hijos, los padres, las mejores amigas. El gremio de los actores estuvo de luto una semana y las producciones de películas y obras de teatro sufrieron las consecuencias. Son por los que menos siento pena porque actores, en mi humilde opinión, son una fuente de desconfianza infinita, mentirosos entrenados. Es nefasto falsificar amor con tanto fuego en los ojos. Hay algunas cosas que sencillamente no se le hace a nadie, ni siquiera a un robot.

Yo monitoreaba la serie de cámaras escondidas en la vida de Victoria y editaba una pequeña recopilación semanal con los momentos más llamativos y comportamientos particulares que me pedían que observara con puntual atención. Si bien eso me colocaba en un espacio relativamente seguro, vi todo. Lo que les hizo a sus hijos que no eran sus hijos ese día que era un martes, porque esto pasó un martes.

Mucho traté pero nunca logré dimensionar lo que pasó por la maravilla de la creación humana que era el cerebro de Victoria en el momento en que arrancó esa motosierra e hizo curuvicas lo que era su vida y si, es vida sin comillas porque sus emociones, su amor, su miedo, sus deseos eran reales. Creo que podemos sentir todas estas emociones sin cargar con el bulto abstracto de un alma y ella las sentía todas y las sentía fuerte. Amaba a ese hombre y hubiera dado la vida que no poseía por esos dos varones, lo cual hace que lo ocurrido sea ironía hecha pesadilla. Nada importó desde el momento en el que encontró en YouTube ese tutorial sobre motosierras.

Me hace bien hablar de esto y les agradezco su tiempo. Hay válvulas que a veces necesitan ser abiertas antes que cosas que no tienen que explotar exploten y cobren víctimas, ya vi suficiente de eso como para dos vidas pero por suerte tengo sólo esta y después ya estamos.

Ojalá alguien pudiese haberle explicado a Victoria a tiempo lo que es el alma pero la cuestión acá es que nadie realmente tenía, tiene, o va a tener esa respuesta y los que piensan que si, por favor quemen sus biblias y libros de Paulo Coelho de una vez y paren de molestarme. El precio pagado por la falta de aquella respuesta fue altísimo. Yo me salvé pero tampoco le hubiese podido haber explicado lo que es el alma a V teniendo en cuenta que yo perdí la mía hace tanto tiempo y está todo bien porque ya no la extraño pero le deseo bien. Donde sea que esté lo más probable es que sea más feliz ahí.

Les comenté que todo esto pasó un martes?
Váyanse a la puta. 

martes, 12 de abril de 2016

Donde vine a desaparecer

Ilustración: Regi Rivas

Una chica hace vuelta estrella encima de un fogón al que un muchacho con rastas trata de dar vida. Le hacen fondo de pantalla surfistas distantes en su peregrinaje determinado hacia las violentas olas de aquel océano.

La historia convertida en leyenda de esta península cuenta que a una corta distancia del lugar desde donde escribo esto, hay un torpedo no detonado en el fondo del mar. Algún recuerdo de un lejano malentendido en el que fuerzas enemigas trataron de tomar este, estratégicamente posicionado, lugar. Los enemigos fracasaron.

Este rincón del mundo al que decidí venir a esconderme de todo aquello que en algún momento decidí llamar “mi vida”, aunque nunca fue mía, siempre la estuve prestando de alguien más. Alguien a quien probablemente ya no voy a conocer.

Es en este lugar, donde reinan los perros de playa en su eterna búsqueda de un amor real pero pasajero por parte de visitantes. Si bien ellos consideran honestos a esos fugaces amores, sus salvajes corazones no le permiten olvidar lo efímero de aquellos romances y que su verdadero y único amo es el océano. Si bien sus nombres cambian con cada nuevo amor pasajero, comprenden también que sus verdaderas denominaciones son los sonidos de olas chocando contra olas.

Este es el lugar donde vine a desaparecer.

Hay noches y son muchas, en las que sueño con los destinos de todas aquellas personas a las que dejé atrás sin ninguna explicación hace tantos años. Me pregunto si se acuerdan de mí, si me odian o finalmente me entendieron y por sobre todo me pregunto si encontraron felicidad. Trato de pedirles perdón pero no hay caso porque o no me ven o me ignoran por completo cuando intento comunicarme y tiene sentido. Es lo mínimo que me merezco, aunque sea solo en sueños.

Cuando finalmente entendí la naturaleza de mi esencia, no había caso. No podía quedarme. Y si bien siento la necesidad de pedir perdón a los que abandoné, los sentimientos no son sinceros. Lo que hice lo hice también por ellos. La búsqueda de uno mismo es siempre peligrosa porque uno nunca sabe con qué se va a encontrar y es por eso que lo correcto es enfrentar solos ese misterio. Al menos esa era la lógica que yo le encontré al asunto.

El miedo al dolor de abandonar lo que uno ama pierde sentido al darnos cuenta de que todo finalmente duele a su manera. El dolor tiene colores diferentes y tarde o temprano todos tenemos que elegir uno.

O

Hay pocos lugares para comer. De los pocos que hay ninguno es particularmente bueno aunque hay uno que es “el menos peor” y es ahí donde acostumbro ir. Los turistas enloquecen con esta galería al borde del mar y pagan lo que sea por una Coca Cola Zero tibia. Nadie más capitalista que un hippie con un comedor en la playa y nada más tristemente irónico.

Hay una particularidad cada vez que vengo a este lugar, siempre me atiende la misma moza. Puedo sentarme en diferentes sectores del establecimiento pero siempre es ella.

En total hay cinco mozas. Dos de ellas se nota que son muy atentas y amables, señoras mayores de pelo blanco pero altamente eficientes en su oficio. Las otras dos, jovencitas aventureras viajando por el mundo con tablas de surf que por lo general no duran más de un mes en el trabajo. Se despiden rumbo al próximo destino y llegan las siguientes aventureras de blancas sonrisas y soleadas predisposiciones.

Y finalmente, llegamos a la quinta moza, la que siempre me sirve a mí. Quizás el ser más desagradable que conocí en mucho tiempo y digo esto desde un lugar de paz interior importante. Lo digo sencillamente porque es la verdad y la verdad es, lastimosamente, más fuerte que la paz. No sé qué le tuvo que pasar a alguien para terminar tan amarga en un contexto que promueve todo lo contrario.

Teniendo en cuenta que esta península estaba llena de historias como la mía, existía una consideración mutua entre los que vinieron a hacer (o olvidar) sus vidas aquí. Dejar en paz el pasado ajeno. Hacer de cuentas que uno nació el momento en que decidió llamar a esto su hogar. Antes de eso podríamos haber sido un susurro del cosmos flotando en el infinito (o algo similarmente pretencioso) y a nadie le habría importado. Es este el motivo por el cual no le pregunté nunca a esta mujer qué le pasó. Sencillamente decidí aceptarla y tolerarla mientras me servía de mala gana mi comida. 

O

Este comedor siempre me trae el recuerdo de mi último perro de playa. Traje a una chica a cenar aquí hace mucho; una turista americana que estaba pasando unos días entre nosotros. La cita era un protocolo ridículo para el sexo que inevitablemente ocurriría después porque la química era palpable. En aquel entonces yo aún entendía las reglas de estos rituales. Hoy en día ya no tengo la más mínima idea.

Los perros de playa siempre me parecieron fanfarrones oportunistas. Letrados en el guion de cordial animal que les permitiría comer ese día. Algo así como un malabarista sobre un uniciclo, escupiendo fuego en un semáforo ubicado en alguna ciudad lejana al mar. 

Ese perro era diferente. Había en él una nobleza proyectada por esos ojos negros que realmente dejaban entrever un alma. Este era mi perro de playa y por su magnífico color negro decidí llamarlo “Ninja”.

Habíamos terminado de comer un delicioso y muy costoso plato de camarones al ajillo cuando percibí a Ninja dirigiéndose hacia nosotros bajo la luz de la luna. Siempre caballero, le pasó la pata a mi cita a modo de saludo y ella feliz. Fue ahí cuando, con una velocidad que no me dio tiempo a gritar “NO” (simultáneamente en español y en inglés), esta mujer baja su plato lleno de cáscaras de camarones al piso. Ninja los devora y empieza inmediatamente a atragantarse.

Cuando ese magnífico animal murió en mis brazos unos minutos más tarde, la gringa pelotuda ya había desaparecido. Esa fue mi última cita y ese fue mi último perro de playa.

O

Segundo litro de cerveza que me invita este desconocido. Este bar es el único lugar al que vengo cuando siento la necesidad de no sentir nada. Mi encuentro con este triste hombre fue casual y sencillo pero toda socialización en la playa por lo general lo es. El hombre me cuenta su historia y la historia me toca una fibra hasta el punto en el que el tercer litro de cerveza lo invito yo.

La historia no era original pero jamás la había escuchado desde la primera persona. El hombre vino de vacaciones a este lugar con la mujer con quien se iba a casar y terminó volviendo a casa sólo. La energía de este sitio logró poseer por completo a esa mujer que creyó haber encontrado la manifestación de su destino y lo único que regresó de ella a aquello que ya no sería más su hogar fueron cartas de disculpas para sus padres, hermanos, hermanas y para su mejor amiga y futura dama de honor. Me imagino a esa chica abriendo esa carta y enterándose de que su cita con la modista tendría que ser cancelada.

Me di cuenta que este hombre con el que me estaba emborrachando sería lo más cercano que llegaría a todos aquellos que yo mismo había dejado atrás y que noche tras noche me ignoraban en sueños. Decidí sacar el máximo provecho de esta interacción y ver si me tropezaba con alguna respuesta.

El calvario de este hombre empezó en ese viaje inicial hace cinco años y ahora volvió a recuperar a aquella mujer que nunca aprendió a olvidar. Una situación telenovelera pero poderosa. El dolor ajeno mereciendo todo mi respeto.

El hombre alegaba haber tenido un momento de gran claridad en el que entendió que océanos había muchos y pertenecían a todos pero que de él había uno sólo. Único en sus defectos y virtudes pero colosal en su amor hacia esa mujer que tanto lo había lastimado. El perdón es siempre la más fuerte y errada demostración de amor. 

La gratitud expresada en un intento de abrazo que logré esquivar me generó todo tipo de incomodidades. Intentando desviar la atención del innecesario acercamiento físico le pregunté si tenía una foto de la mujer. En la península no éramos muchos y si ella se había quedado los cinco años ahí, habían excelentes probabilidades de que la haya visto o hasta que la conozca. 

Observé esa foto en blanco y negro por un instante en el que el tiempo se dedicó a ser otra cosa y empecé a entender cosas que nunca antes tuvieron sentido. Me reí del mundo y por sobre todo me reí de mí mismo por ser parte de él.

Devolví la foto, fondeé mi último vaso de cerveza, me levanté de mi butaca y me despedí de ese hombre con parcas palabras de las que en retrospectiva, me arrepiento por su innecesaria descortesía: “Jamás la vi en mi vida”.

Hay corazones fuertes en este mundo, el mío no es uno de ellos. No había manera en la que yo podía decirle a ese pobre diablo que a la mujer que perdió hace cinco años la podía encontrar a cincuenta metros de donde estábamos sentados, en un comedor al borde del mar. Un lugar en el que hay cinco mozas. Dos de ellas señoras amables, dos jovencitas aventureras y una más. La que siempre me atiende a mí.

Vale aclarar que en esa foto en blanco y negro, ella sí estaba sonriendo. Y qué hermosa sonrisa era esa.

lunes, 8 de junio de 2015

Fantasmas


Dos personas se encuentran al cruzar una calle en un país que puede ser este o puede ser cualquier otro país del mundo. Se ven, se saludan y la esfera se detiene por el instante que dura el semáforo rojo que los permite volver a verse.

El tiempo les hizo lo que el tiempo le hace a todo el mundo, por algo le llaman “tiempo”.

Ya son extraños. Lo único mutuamente familiar es la cáscara que los cubre. Lo de adentro ya es un misterio.

La gente que en sus autos espera la luz verde, es testigo del encuentro de dos fantasmas y ni siquiera lo sabe. Solo quieren su luz verde, al final lo único que todos queremos es una luz verde.

Los fantasmas intercambian cortesías y preguntas que suenan como música de fondo para un encuentro en el que toda respuesta va a quedar mejor olvidada.

Ella le entrega al momento una sonrisa amable, pero es suficiente para hacer eso que solo su sonrisa sabía hacer.

Él siente por un segundo el inicio de esa pirotecnia en su pecho que creía haber superado hace años.

Ella guarda su sonrisa y en silencio, él se lo agradece.

Él inventa una excusa y empieza a despedirse.

Los dos se mienten al decir que estaría bueno volver a verse y se dicen adiós.                                                 

Sin un beso. 

Sin un abrazo. 

Solo adiós.

Ella continúa caminando hacia el norte con los pasos determinados y las manos en los bolsillos.

Él continúa hacia el sur, entendiendo finalmente por qué las estrellas en su brazo andaban brillando tanto últimamente.

La luz se pone verde y una estela de energía, que se desprende de estos dos fantasmas mientras se vuelven a alejar, empieza a escribir con mayúsculas una palabra que queda flotando en cursiva ahí en el medio de esa calle ubicada en este o en cualquier otro lugar del mundo. 


S    K    I    N    I 


Se convierte en un fenómeno, pero nadie sabe de dónde vino ni lo que quiere decir.                                                                                         
Algún dialéctico extraño. Quizás algún mensaje celestial.

Los científicos investigan y los turistas sacan fotos (#Skini #WOW #WhoIsSkini #SelfieConSkini #SkiniSinFiltro #ReLocoEsto).

Finalmente, llegan a la conclusión de que alguna vez habrá significado mucho para alguien y dejan a las misteriosas letras en paz; flotando en el medio de esa calle, sin molestar a nadie.



La palabra permanece ahí hasta tocar la eternidad. 


miércoles, 24 de abril de 2013

Años luz

(Escrito e ilustrado en Cabo Polonio, Uruguay / Marzo 2013)

 Ilustración:ValdoTorres


-       Mami, cuantas estrellas hay en el cielo?

-       No sé mi amor…pero podés contar. Contá.


Una de las tantas cosas excelentes de la infancia y saber contar sólo hasta 100 es que te dormís en seguida.

Hoy tengo casi 40 años, soy físico nuclear y le dediqué la mayor parte de mi vida a tratar de comprender y dialogar con la estructura fundamental de la materia: todo aquello que compone “todo aquello”. Aprendí gracias a mi profesión a contar un poco más allá de 100 y ahora mismo vivo en una península uruguaya sin luz eléctrica. Esa es mi vida resumida en un párrafo a punto de dar apertura a un paréntesis extenso.

Las noches en este apéndice del mundo me permiten ver absolutamente todas las estrellas del firmamento y en algunas de esas noches sencillamente no puedo parar de contar. Trato pero me resulta imposible y el sueño no llega porque las estrellas no se van. Son esas noches en las que pienso en mi mamá, en mi infancia, en lo poco que recuerdo de mi padre y lo poco que él probablemente recuerde de mí. Pienso en la muerte, en el amor y la locura de osar pretender entender a esos conceptos y a todo lo que está más allá de aquello a lo cual me rehúso a denominar “infinito”, porque a mi parecer nada realmente lo es. Ni las estrellas, ni ese mencionado amor, ni la locura y ni siquiera la muerte. Son esas noches de estrellas e insomnio en las que recuerdo a Ana.

La imaginación no es mi fuerte pero hago un esfuerzo para que me transporte hasta ella y a la vida que ha de estar llevando. Me siento bien conmigo mismo al desear honestamente en el silencio de que sea feliz, de que sea amada y por sobre todo de que sea mamá; esa mamá en la que yo no la pude convertir y que era lo único que ella deseaba con su enorme e irreductible corazón.

Le hago trabajar horas extras a mi ya limitada capacidad de imaginar y procuro visualizar ese improbable universo paralelo en el que estamos juntos y tenemos ese perro al que sin conocerlo ya le habíamos puesto nombre. Por suerte me doy cuenta rápidamente de que todo aquello es una inmensa y dolorosa pérdida de tiempo. De las diecisiete mil corrientes de percepción dimensional que personalmente contabilicé hasta ahora, en ninguna de ellas le estoy paseando a un pug llamado Chinaski alrededor de la manzana.

Si bien está más que comprobado que los universos paralelos existen por más que la información aun no se haya vuelto de común conocimiento, yo sé que de los “no infinitos” universos que se deslizan a lo largo de finos tejidos de percepción que nos separan de ellos, Ana, el pug y yo no co-existimos en ninguno de ellos. Archivo la idea en la carpeta “sueños” que hace rato pide a gritos un backup o directamente un viaje a la papelera de reciclaje sin esperanza alguna de ser reciclada. Lo mío son los números del mundo consciente que son lo más cercano a un dios que encontré hasta ahora. Y eso sin ninguna duda es lo que me trajo hasta este lugar. Si dios realmente está en los detalles entonces el diablo es el macro.

Me reclutaron casi en contra de mi voluntad, por medio de un intimidante sueldo al que mis circunstancias me impedían decirle que no y vine a esta península hace ya tres años de un contrato que estipula que me tengo que quedar cinco sin abandonar un delimitado perímetro en este tiempo y bajo ninguna circunstancia. Formaron un equipo “elite” constituido por astrónomos, artistas, matemáticos, teólogos, un cosmonauta y un astronauta que para mí son la misma cosa pero según ellos la diferencia es marcada. Les aseguro que hay mejores cosas que hacer en esta isla que ponerme a discutir con un ruso y un yanqui que cada vez que tomaban sus respectivos venenos contaban la innecesariamente gráfica descripción de lo que sienten tus testículos al vivir la gravedad cero por primera vez.

La última bolilla de este equipo era yo, el único físico nuclear. Sin dudas el más solitario y retraído de todos los reclutados, cosa que no me molestaba para nada porque por lo general me resulta muy difícil lograr una conexión a nivel personal, cosa que no me avergüenza para nada.

Nos dijeron que tenían evidencias cuasi concretas de origen temporalmente confidencial inclusive para nosotros de que algo enorme estaba por ocurrir. Después de muy poco empezaron a formularse las inevitables teorías y la más verosímil dentro de su inverisimilitud era que una sonda en el espacio profundo se topó accidentalmente con un código complejo lleno de instrucciones y/o advertencias. Nuestra misión era convertir lo encriptado en específico. Lo que sí estaba muy en evidencia era que sea lo que sea que ese mensaje estaba tratando de comunicar, había altas probabilidades que tenía directamente que ver con el destino inmediato y absoluto de la humanidad. A nosotros nos tocaba encontrar el código que rompa el código y liberar ese secreto.

Un “evento” se dirigía en tren bala y sin escala hacia nosotros. Si ese evento era positivo o negativo ya era parte del enigma envuelto en el acertijo, pero el hecho de que aquello que se avecinaba era inmenso y sin precedentes estaba tácitamente palpable en el aire. Lo sentíamos por momentos hasta en el comportamiento de las aves que reinaban ese espacio en el que nosotros estábamos de visita.

Si este mencionado evento implicaba consecuencias positivas o negativas para la raza humana era precisamente el misterio a resolver y el motivo por el que estábamos todos ahí; llegar juntos a la casi imposible respuesta de una impostergable pregunta: Aquello que está cada vez más cerca a convertirse en nuestro destino es bueno o es nuestro mismo fin? Y la presión de tener que llegar a esa respuesta se sentía por momentos como una escala de grises cayendo en picada hacia la oscuridad.

Para algunos la presión fue mucha, considerando que en estos tres años tuvimos dos abandonos. Debido a la naturaleza tan confidencial de la situación y a las clausulas cortésmente intimidantes de esos contratos firmados, ninguno de nosotros tenía duda de que esos abandonos finalmente fueron equivalentes a suicidios. Ese cosmonauta y ese astronauta jamás volvieron a contar sus historias de testículos anti gravedad, los que nos quedamos dábamos esto por hecho. Por eso nos quedamos.

Ese lugar, que para muchos turistas con los que ocasionalmente nos permitían socializar era un paraíso terrenal, era para mí el mismo infierno en el que en cualquier momento veríamos la cola del diablo asomarse por encima de una de las dunas como un periscopio.  

Me quedaban dos años para descifrar si el mundo llegaba a su fin o si estábamos al borde de una era de paz e iluminación, un concepto con el que ni siquiera el más “buena onda, cero estrés loco” de los artistas presentes con tendencias farmacológicamente utópicas podía amigarse. Semejante optimismo no se lograba plasmar en sus cabezas y mucho menos sobre sus lienzos. Capaz que si Da Vinci estaba entre nosotros nos daba la respuesta a la semana pero ni el artista que tuvo esa sobredosis fatal ni el que quemó su última neurona con un peyote color violeta y terminó vendiendo ceniceros hechos de su pelo a turistas era Da Vinci ni mucho menos.

Al que tuvo la sobredosis le compré, unos días antes de su incidente, un cuadro muy bien logrado del atardecer en la península que estuvo colgado por mucho tiempo en mi cocina. La enmarcada obra del artista, a quien la naturaleza humana y su pesimismo terminaron por ultimar, me hacía recordar constantemente de que el vaso de la vida no está mitad lleno ni mitad vacío, el vaso fue convertido en una plantera y esa planta murió de sed hace mucho tiempo. A veces me pregunto si algo hubiese cambiado de haber sido aquel óleo un retrato del amanecer, la probable respuesta es “no”. A todo comienzo le espera un final.


-       Mami, cuantas estrellas hay en el cielo?

-       No sé mi amor…pero podés contar. Contá.

-       Trato mami pero no paran nunca y tengo miedo de no poder parar yo tampoco. Tengo miedo de volverme loco…como papi.

-       No tengas miedo mi amor, no son infinitas porque lo infinito no existe. Todo se acaba y algún día esas estrellas se van a acabar y vas a tener ese número que buscas. Se van a acabar porque todo se acaba, todo siempre se acaba.

-       Yo no quiero que vos te acabes, mami.

-       Yo sé mi amor, yo tampoco quiero eso. Quiero que estemos juntos para siempre…pero decirte que eso es cierto sería una mentira. Yo algún día no voy a estar más y algún día vos tampoco. Todo se tiene que acabar. A todo comienzo le espera un final, mi amor.


Dije que sabía poco o nada de los sueños y la pseudo ciencia que pretende darles una interpretación, pero esas efímeras noches en las que sueño con mi mamá son la misma definición de agridulce. Son en simultaneo, los sueños más felices y tristes que tuve en mi vida.

El año que deje todo, cuando decidí abandonar a Ana y a la vida que habíamos bocetado juntos fue el año que mi mamá falleció. Fue cuando decidí patear el tablero de mi vida y venir aquí. Vine al fin del mundo para analizar el fin del mundo dejando que el frío proceso de la lógica pura se apodere de mí. Hace tres años que no llego a ninguna respuesta. Hace tres años que pienso solo en Ana, en Chinaski y en todos los “vos y yo” que ya no existen y jamás van a existir. Tres años de estrellas que atormentan mis sueños, esos pocos sueños que no entiendo pero atesoro.

Me doy cuenta ahora que la ironía más grande de esas estrellas es que muchas de ellas ni siquiera están ahí porque se apagaron hace miles de años. Lo único que realmente vemos es la luz que alguna vez proyectaron y que continua en viaje hacia nosotros. Fantasmas que cada noche nos embrujan a años luz de distancia y ni siquiera lo sabemos. Yo creo en cada uno de esos espectros que viajan hacia mí y espero que de la misma manera ellos crean en mí cuando yo emprenda mi viaje hacia ellos.

Y así…muy de golpe, así como estoy escribiendo esto y espero que todavía lo estés leyendo, la respuesta que tanto buscaba llega a mí y se queda conmigo para siempre. 

viernes, 13 de abril de 2012

El día que nadie nació

Ilustración:Regina Rivas

Oro?

Mujeres?

Poder?

Vida eterna?

Qué hubieras elegido vos?

De haberle tomado en serio a ese viejito al que salvé de ser arrollado por un Línea 24 cuando me dijo que me concedía un deseo, el que yo quiera, quizás hubiera elegido algo muy diferente. Quizás si prestaba más atención y notaba que eso que estaba en su frente no era un grotesco lunar sino un tercer ojo, es más que probable que hubiese reconsiderado el deseo que a continuación elegí.

Sus palabras exactas: “Setenta años de vida le otorgan a uno el poder de conceder un deseo, yo tengo setenta años y ese deseo es ahora para vos”. Me reí y me despedí. Los locos son entretenidos pero yo estaba llegando tarde al trabajo. El señor de setenta años me agarró del brazo con una fuerza que no coincidía con su apariencia y me dijo en una voz que podía fácilmente ser interpretada como amenazadora: “Tu deseo…ahora”.

Y fue ahí cuando le contesté con el primer disparate que me vino a la cabeza para que aquel anciano senil me deje ir en paz; pero viéndolo ahora en retrospectiva me doy cuenta que las siguientes diez palabras que salieron de mi boca estaban tatuadas en el ADN de mi propio destino desde que alguien se dio cuenta por primera vez que cada día nuevo es una oportunidad para vengarse del día anterior.

“Quiero viajar en el tiempo hasta el día que nací”.

Y así como estoy escribiendo esto y así como ustedes lo están leyendo, fue de una manera similarmente sencilla en la que al abrir de vuelta mis ojos, que cerraron a causa de un minúsculo pestañeo ocasionado por un destello proveniente de ese tercer ojo, que al escuchar mi deseo repentinamente se abrió. Me encontré parado en el mismo lugar en el que había estado un segundo antes pero 35 años en el pasado. El año en que nací.

“Quiero viajar en el tiempo hasta el día que nací”, el enigma del porque dije eso permanecerá conmigo para siempre. Esta historia no está escrita en un tiempo particular y las cosas van a oscurecer antes de aclararse.

No consumía drogas fuertes, bebía sólo socialmente y había dejado de fumar hace un par de años, ese era todo mi historial vicioso. Psicológicamente me consideraba una persona sana. Mi punto es que pude discernir al instante que eso que me pasaba no era una alucinación ni la bienvenida a un estado de demencia y mucho menos un sueño, porque los sueños tienen una especie de guiño constante en el que tratan de revelarnos lo que son.

Caminé por las calles que hasta hace instantes me eran tan familiares, como si estuviese en otro planeta. Todo era extraterrestre: la gente, los autos (los modelos y la escasa cantidad de ellos), el tranvía, nadie hablando por celular, las palabras “Paz y Progreso” escritas hasta en el carrito de un panchero y la temperatura…era marzo y hacía frío.

Pasó una hora y mi shock bajó sólo un cambio. Por suerte el bigote hipster que me había dejado irónicamente para molestar a mi novia, me estaba ayudando a camuflarme, teniendo en cuenta que absolutamente todos los hombres en aquella época usaban bigote. De golpe me di cuenta que así como yo observaba atentamente todo, todo me estaba empezando a observar atentamente a mí.

Eran mis vaqueros rotos, los que en el tiempo del que yo venía ya pasaron de moda y en la época en la que aterricé todavía no entraron de moda. Hice la nota mental de que es peligroso viajar en el tiempo sin un sentido de estilo y empecé a caminar un poco más rápido. Había escuchado historias de cómo te metían preso por mucho menos que vaqueros rotos en ese salvaje momento en nuestra línea de tiempo.

Me subí a un taxi y le pedí que me lleve al hospital donde en ese momento yo tendría que estar naciendo, al fin y al cabo vine hasta acá con un propósito. En el futuro ese hospital ya no existe, fue demolido para hacer lugar a un shopping. O sea el lugar en el que yo vine al mundo es hoy día probablemente un Ricky Sarkani®.

Al ver la reacción de mi taxista al mirar el billete de diez mil guaraníes con el que estaba tratando de pagarle no me tomó mucho tiempo descifrar la situación. Diez mil guaraníes valía considerablemente más en aquel entonces y cuando el hombre se alistaba a carajearme le convertí en mi mejor amigo con sólo seis palabras: “Quedáte con el vuelto, mi cuate”.

Cuando tenía más o menos 6 años le pregunté a mi mamá si muchos niños nacieron el día que yo nací, su respuesta se quedó conmigo mucho más allá del momento en que entendí la hermosa mentira que siempre fue: “Ese fue el día que nadie más nació, sólo vos”. La idea de ser el único nene del mundo cumpliendo años ese día me hacía inexplicablemente feliz hasta que empecé pre-escolar y vi que dos compañeritos y Felicia, nuestra cantinera, cumplían años conmigo ese día. De un momento a otro el mundo se hizo un poco más grande y mi mamá un poco más chica. Con los años por suerte uno pasa a entender que todos finalmente pertenecemos al Club de Futuros Fantasmas, y para pertenecer en relativa armonía a ese club es aconsejable entender lo más rápido posible, que las cosas que sencillamente no nos deberían importar son demasiadas.

A mi papá lo reconocí de espaldas. Tenía ese pelo alocado que conocía tan bien de las fotos y esa tribilinesca postura que los genes fueron tan graciosos en pasarnos a mi hermano y a mí. Mi papá estaba fumando en la sala de espera y no sé si me chocó más ver a una persona fumando en el sector de maternidad de un hospital o enterarme que mi viejo fumaba, dato que me hubiese sido muy útil a los trece cuando me encontró con una caja de Marlboro y me persiguió por toda la casa con cinto en mano.

Yo: Hola.

Mi viejo: Hola, que tal?

Yo: Bien, vos?

Mi viejo: Está naciendo mí primero, manejando los nervios. Cigarrillo?

Yo: No, gracias.

(Pausa)

Mi viejo: Y vos? Tu mujer está adentro también?

Yo: No, yo estoy…de visita.

Pausa y mi viejo me mira fijamente. En ese momento tiene exactamente diez años menos que yo. Es literalmente un pibe y hay tantas cosas que quiero decirle, consejos y predicciones que le pueden cambiar drásticamente el destino para bien, pero no, no puedo. En el peor de los casos el universo se parte en dos y en el mejor de los casos un tipo 10 años menor que yo me termina persiguiendo con su cinto por los pasillos de un hospital para fumadores. Me quedo callado y mi viejo me sigue mirando.

Mi viejo: Me tenés cara conocida.

Yo: Ah sí?

Mi viejo: Como te llamás?

Yo: Yo?

Mi viejo: Si amigo, tu nombre.

Yo: Eeeem…..Martín, Martín McFly.

Mi viejo: McFly?

Yo: Si.

Mi viejo: Es yanqui eso?

Yo: Irlandés creo.

Mi viejo: Irlandés?

Yo: Sí, de Irlanda.

Mi viejo: Yo me llamo Luis, mucho gusto.

Mi papá me extiende la mano y en ese instante me arrepiento de las veces que le voy a fallar en ese futuro que arranca hoy. El nudo en mi garganta afortunadamente me impide pedirle perdón por todas las mentiras que van a envolver las pocas verdades que con el tiempo le voy a decir. Me doy cuenta lo realmente parecidos que somos y que todas esas veces en las que me sentí como un mal cover fueron una pérdida de tiempo. En ese instante me disculpo en silencio por todo lo que algún día le voy a defraudar y le extiendo mi mano a mi papá.

Yo: Mucho gus…

Una enfermera abre una puerta y le llama. Sin decirme una palabra más se da la vuelta, se aleja corriendo y me deja con la mano extendida al vacío. Teniendo en cuenta que se fue a verme a mí la falta de cortesía es matemáticamente anulada. Trato de absorber el momento todo lo posible y me retiro. Elijo no ver a mi mamá, elijo no verme a mí mismo. No creo poder tolerarlo.

Cuando desciendo las escaleras al primer piso me cruzo con un doctor que me recuerda mucho al papá de la serie “Blanco y Negro que en ese momento todavía no existía y hoy ya no existe. Estar perdido dentro de lo que va a ser y lo que ya no es más, es una experiencia difícil de recomendar.

Doctor: Traumatología es en el segundo piso, joven.

Yo: Perdón?

Doctor: Anda a traumatología y pregunta por Nuria. Esa contusión no se ve nada bien.

Yo: Contusión? Eso es como un chichón?

Doctor: Si, te golpeaste fuerte en la frente por lo visto. Permiso, tengo un parto. Mucha gente naciendo hoy, más de lo normal.

Me toco la frente y siento el chichón.

Entro al baño y me miro al espejo. Cuando un hemisferio de mi cerebro registra a ese tercer ojo abriéndose por primera vez en el centro de mi frente, el otro hemisferio suma 35 más 35.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

A un minuto de que sea capicúa

Ilustración:Daniel Arzamendia

Los sueños son reales solo mientras duran, acaso no podemos decir exactamente lo mismo de la vida? - Havelock Ellis


23:31hs.
A un minuto de dormirme, a un minuto de que todo lo que no es verdad empiece a serlo.

La conocí en un sueño y al despertarme sentí un yunque de angustia sobre mi pecho. La decepción al darte cuenta que el oasis era real y todo lo demás era mentira se expresa a veces físicamente.

Me levanté de la cama e inicié un día más en una realidad que vista hoy desde una distancia podría ser descripta como la sala de espera de una vida.

Al terminar mi día laboral volví a mi casa y los habitantes de mi pecera se pusieron felices de verme. Si bien no tenían una manera muy histriónica de demostrarlo su acercamiento al vidrio para observarme mientras dejaba mis llaves al lado suyo era suficiente. La tarea de ponerle nombres estaba pendiente aunque si lo consideramos objetivamente, que sentido tiene ponerle nombres a los peces?

Esa noche después de mucho zapping me quedé dormido y la volví a encontrar ahí mismo donde nos despedimos la noche anterior. A la noche siguiente ocurrió lo mismo, en la noche que le siguió a esa también y sin darme cuenta -pasó-un-año-. La parte buena venía en los sueños que al fin y al cabo también son parte de la vida.

Apresuraba las tareas que llenaban mis días pensando en mis noches, cosa que de mucho no servía porque cruelmente el reloj se movía a la misma velocidad. El único resultado fue que terminaba mis asignaciones con mayor rapidez y mi jefe, un nefasto monstruito llamado Jaime, pensó en promoverme al ver la “garra” que le estaba poniendo a ese trabajo que tanto detestaba y teniendo en cuenta que en esa empresa la palabra “ascenso” significaba más responsabilidad con el mismo sueldo, decidí bajarle tres cambios a mi garra y meterme en todas las redes sociales que pude encontrar. En un momento llegué a tener tres cyber-granjas y mis tomates virtuales eran la envidia de mis 1024 amig@s. La tecnología al servicio del hombre en búsqueda de una mediocridad civilizada.

Me enamoré de una mujer que conocía sólo en mis sueños y por más enfermo o bizarro que les pueda sonar eso yo sé que ya habrán escuchado cosas peores, y si no es así es porque no están haciendo suficiente zapping.

Un día llegué a la conclusión de que no podía confesarle que estaba soñando porque sería admitir que todo era una mentira, que YO era una mentira. Corría también el riesgo de que su sub-consciente haga eso que hacen la mayoría de los sub-conscientes al descubrir que están en un sueño: te sacan de ahí de un tirón. Nunca entendí porque hacen eso pero siempre me pareció bastante hijo de puta de su parte.

Eso si, hay sub-conscientes más perezosos que otros, el mío por ejemplo me permitía quedarme en mis sueños con conocimiento absoluto de que transitaba un estado onírico. Siempre fue así y llegué a hacer cosas increíbles con ese “don” muy particular. En mi adolescencia destruí ciudades, evaporé océanos, hice un picnic en Marte y no hubo una supermodelo o vedette cachaquera que no fue mía hasta el cansancio. Soñaba mis sueños como un hombre sin destino fijo pero con la energía para buscarlo por todos lados.

Con el tiempo maduré y decidí encarar a mis sueños como una vida más, admito que cada tanto me daba ciertos lujos pero eran mínimos, imperceptibles. Aprendí el arte del hedonismo sutil y me convertí en una mejor persona en el proceso. Mi control se volvió más remoto.

Mi miedo primordial con respecto a ella era la idea de que quizás su sub-consciente no pudiese tolerar la situación y tener que verla evaporarse ante mis ojos. Si bien podía “convocarla” de vuelta así como tantas veces la convoqué a Cindy Crawford en los noventa, no iba a ser lo mismo porque el detalle especial entre ella y yo era que nunca use mis “poderes” para influir sobre su voluntad, ella hacia lo que quería hacer y el hecho de que estuviese ahí esperándome todas las noches tampoco era obra mía y eso lo convertía a todo en algo irrealmente real. Cualquier momento en que el amor se vuelve imperativo es siempre un muy buen momento y yo no tenía intenciones de que se acabe.

Decidí entonces seguir con esa farsa tan necesaria para mi hasta que pasó lo inevitable: empecé a creer verla en mi mundo real, en mi sala de espera.

La veía a veces a 30 metros de distancia en el supermercado y abandonaba mi carrito ya lleno de cosas para llegar hasta ella pero NUNCA era ella. Una vez, al volver al pasillo donde había dejado mi carrito lleno de productos, veo que me lo habían robado y no tiene nombre lo frustrante que es que te roben algo que en teoría todavía no es tuyo. En el super no se puede ser ladrón, sólo se puede ser imbécil.

La situación de creer verla cada tanto me hizo pensar que quizás ella realmente existía en este despertar mío y que por ahí estaba constantemente a la vuelta de todas mis esquinas. De ser esto real, la idea de citarnos y encontrarnos no era una locura, es más, era la cosa más cuerda del mundo. Una especie de cerca falsa que uno construye al borde de un abismo que al fin y al cabo también es falso.

Empecé a fantasear con la idea de estar con ella en esos familiares sueños y al mismo tiempo despertarnos juntos para ver que todo era a la vez real. Era un riesgo teniendo en cuenta que iba a tener que enfrentar esa confesión que tanto temía acerca de la realidad o irrealidad de nuestra relación, tenía que decirle la verdad para que el plan funcione. Finalmente y muy de golpe, me decidí. Esa noche le contaba todo y empezaba o terminaba el resto de mi vida. Al fin y al cabo nos dieron estas almas para dejarlas desparramadas por ahí de las maneras más caóticas posibles.

Pero esa noche tuve insomnio, no pude dormir y recordé mi status de socio vitalicio de esta vida humana, nulo control sobre todo y nada. Aunque tengo que admitir que por momentos de esa larga madrugada sentí cierto alivio. San Zapping al rescate.

Al día siguiente saboreé todos los colores del agotamiento y del abuso de parte de Jaime, quien creo que se auto-bronceaba la planta de los pies. No sé que me llevó a pensar eso, estaba muy cansado y las boludeces venían fácil.

23:31hs.
Me desperté en mi sueño perfectamente trajeado, sentado en una estlizada barra que estaba ubicada directamente frente a una inmensa pecera oceánica en la que se podían ver todos los peces exóticos imaginables y muy esporádicamente se cruzaba un inmenso tiburón blanco. Jaime, mi jefe, era el barman más amable que dormido o despierto tuve el placer de conocer. El contexto hasta ahora estaba pintado sólo con colores excelentes.

Ella llegó 10 minutos después del inicio del sueño y a su llegada le acompañó una canción que siempre me fascinó pero cuyo nombre nunca supe. La canción estaba interpretada por los autores originales ya fallecidos hace años pero que tuvieron la amabilidad de hacerse presentes esa noche. Estos son esos pequeños lujos de los que les hablé antes. Como cuando le miramos a un semáforo y le decimos con nuestras mentes: “Te pones verde…ahora!”, bueno, en mis sueños los semáforos siempre estaban verdes. De haber hecho una vez bailar a la Estatua de la Libertad para impresionar a Claudia Schiffer a cambiar las luces de los semáforos a voluntad hay un gran paso. Admitidamente hay una madurez a ser tenida en cuenta ahí.

El punto es que cuando el mundo se convierte en tu plastilina vos a la vez te convertís en un dios, pero yo era un dios con las ambiciones bajo control y mis ganas de jugar a ser un Godzilla Playboy fueron superadas hace años. En ese momento ELLA era todo lo que yo quería.

-Y-ahí-estaba-, la increíblemente literal mujer de mis sueños y en una fracción de segundo el momento me superó y mi voluntad se desbordó. Sin mirar sabía que en el bolsillo derecho de mi traje se había materializado una pequeña caja dentro de la cual había un anillo y supe al instante de que anillo se trataba. Era el anillo que mi bisabuelo le regalo a mi bisabuela unos pocos años después de que el Titanic se hundió. Era ese anillo que yo nunca ví pero del cual siempre escuché hablar. Un anillo que se perdió para siempre en un incendio un poco antes de que yo naciera. Tenía en mi bolsillo a una leyenda mientras a los hemisferios de mi dormida mente los dividía la subrayada dualidad entre la calma y el caos.

Saque la cajita de mi bolsillo y de la cajita saque ese anillo que era todo lo que me imaginé que sería, sencillo pero capaz de convertir a las palabras "para siempre" en una misión suicida. Levanté la mirada desde el anillo hasta ella y le confesé todo: le hablé de mi vida real en la que todos los días la busco y que a veces creo encontrarla pero nunca es ella y mientras le cuento todo me voy dando cuenta que ella no desaparece. Nadie la lleva de un tirón de mi lado. Se queda ahí en esa barra conmigo y me mira sin decir nada mientras veo en mi periferia a todos los peces exóticos desaparecer de golpe y al tiburón acercarse lentamente al borde del grueso vidrio. Se queda ahí y nos observa.

Me mira por un largo rato sin decir nada hasta que finalmente sus ojos hablan por ella y yo empiezo a morir a cuenta gotas. Le pregunto que le pasa, si dije algo que le molestó, le digo que sea lo que sea yo lo iba a poder solucionar, no estoy seguro pero creo que use las palabras “dios” y “plastilina” en una misma oración. Cuando todo está perdido, sólo nos queda encontrarlo de vuelta. El problema era que yo hasta ese momento no me hacía una idea de que tan realmente perdido estaba todo. Ella me lo aclaró en menos de un minuto:

-“Vos estás soñando? Ahora mismo estás soñando?”

-“Si, todo este tiempo estuve soñando pero ahora que sabés eso podemos despertarnos y encontrarnos en el mundo real, hacer que esto sea real!”

Y ahí fue cuando miro al piso por exactamente 15 segundos que yo conté uno por uno. Concluidos esos segundos volvió a levantar la mirada y mi error se convirtió en aprendizaje mientras ella apretó el gatillo.

-“La cosa es que, esta noche cuando me duerma y sueñe…vos no vas a estar ahí.”

-“Como? Cuando te dormís y soñas yo no estoy? No entiendo…estamos soñando ahora mismo y acá estoy!"

-“No…yo ahora mismo estoy despierta, siempre estuve despierta. Vos para mí siempre fuiste real. Este es -mi-mundo-real-.”

Y de un segundo a otro me encontré del otro lado de la pecera, al lado mío el tiburón blanco parecía mirarme cada tanto de reojo y con un poco de pena mientras observábamos juntos la escena como tele-espectadores sin la opción de zapping. El show era ella mirándome desde el otro lado de ese grueso vidrio, quitándose lentamente el anillo que yo ya no recordaba habérselo puesto, dejando el anillo sobre la barra y acercándose todo lo posible a mí para besarme desde el otro lado de esa barrera transparente que ya nos separaría para siempre.

Yo, sumergido del otro lado no necesitaba oxigeno y podía quedarme ahí todo el tiempo que quisiera sin ahogarme, lo cual era una verdadera lástima.

No recuerdo en que momento desapareció pero siempre escuché de personas a las que les era imposible recordar sus sueños y yo tuve la suerte de convertirme momentáneamente en uno de ellos. El tiburón se empezó a alejar pero de golpe se quedó quieto y giro el hocico para decirme lo siguiente: “Macho, ese tipo que dijo que la vida es sueño y los sueños, sueños son…que pedazo de pelotudo, eh?”


23:32hs.
(Nunca repitas su nombre y vas a poder olvidarte de ella para siempre)