viernes, 13 de abril de 2012

El día que nadie nació

Ilustración:Regina Rivas

Oro?

Mujeres?

Poder?

Vida eterna?

Qué hubieras elegido vos?

De haberle tomado en serio a ese viejito al que salvé de ser arrollado por un Línea 24 cuando me dijo que me concedía un deseo, el que yo quiera, quizás hubiera elegido algo muy diferente. Quizás si prestaba más atención y notaba que eso que estaba en su frente no era un grotesco lunar sino un tercer ojo, es más que probable que hubiese reconsiderado el deseo que a continuación elegí.

Sus palabras exactas: “Setenta años de vida le otorgan a uno el poder de conceder un deseo, yo tengo setenta años y ese deseo es ahora para vos”. Me reí y me despedí. Los locos son entretenidos pero yo estaba llegando tarde al trabajo. El señor de setenta años me agarró del brazo con una fuerza que no coincidía con su apariencia y me dijo en una voz que podía fácilmente ser interpretada como amenazadora: “Tu deseo…ahora”.

Y fue ahí cuando le contesté con el primer disparate que me vino a la cabeza para que aquel anciano senil me deje ir en paz; pero viéndolo ahora en retrospectiva me doy cuenta que las siguientes diez palabras que salieron de mi boca estaban tatuadas en el ADN de mi propio destino desde que alguien se dio cuenta por primera vez que cada día nuevo es una oportunidad para vengarse del día anterior.

“Quiero viajar en el tiempo hasta el día que nací”.

Y así como estoy escribiendo esto y así como ustedes lo están leyendo, fue de una manera similarmente sencilla en la que al abrir de vuelta mis ojos, que cerraron a causa de un minúsculo pestañeo ocasionado por un destello proveniente de ese tercer ojo, que al escuchar mi deseo repentinamente se abrió. Me encontré parado en el mismo lugar en el que había estado un segundo antes pero 35 años en el pasado. El año en que nací.

“Quiero viajar en el tiempo hasta el día que nací”, el enigma del porque dije eso permanecerá conmigo para siempre. Esta historia no está escrita en un tiempo particular y las cosas van a oscurecer antes de aclararse.

No consumía drogas fuertes, bebía sólo socialmente y había dejado de fumar hace un par de años, ese era todo mi historial vicioso. Psicológicamente me consideraba una persona sana. Mi punto es que pude discernir al instante que eso que me pasaba no era una alucinación ni la bienvenida a un estado de demencia y mucho menos un sueño, porque los sueños tienen una especie de guiño constante en el que tratan de revelarnos lo que son.

Caminé por las calles que hasta hace instantes me eran tan familiares, como si estuviese en otro planeta. Todo era extraterrestre: la gente, los autos (los modelos y la escasa cantidad de ellos), el tranvía, nadie hablando por celular, las palabras “Paz y Progreso” escritas hasta en el carrito de un panchero y la temperatura…era marzo y hacía frío.

Pasó una hora y mi shock bajó sólo un cambio. Por suerte el bigote hipster que me había dejado irónicamente para molestar a mi novia, me estaba ayudando a camuflarme, teniendo en cuenta que absolutamente todos los hombres en aquella época usaban bigote. De golpe me di cuenta que así como yo observaba atentamente todo, todo me estaba empezando a observar atentamente a mí.

Eran mis vaqueros rotos, los que en el tiempo del que yo venía ya pasaron de moda y en la época en la que aterricé todavía no entraron de moda. Hice la nota mental de que es peligroso viajar en el tiempo sin un sentido de estilo y empecé a caminar un poco más rápido. Había escuchado historias de cómo te metían preso por mucho menos que vaqueros rotos en ese salvaje momento en nuestra línea de tiempo.

Me subí a un taxi y le pedí que me lleve al hospital donde en ese momento yo tendría que estar naciendo, al fin y al cabo vine hasta acá con un propósito. En el futuro ese hospital ya no existe, fue demolido para hacer lugar a un shopping. O sea el lugar en el que yo vine al mundo es hoy día probablemente un Ricky Sarkani®.

Al ver la reacción de mi taxista al mirar el billete de diez mil guaraníes con el que estaba tratando de pagarle no me tomó mucho tiempo descifrar la situación. Diez mil guaraníes valía considerablemente más en aquel entonces y cuando el hombre se alistaba a carajearme le convertí en mi mejor amigo con sólo seis palabras: “Quedáte con el vuelto, mi cuate”.

Cuando tenía más o menos 6 años le pregunté a mi mamá si muchos niños nacieron el día que yo nací, su respuesta se quedó conmigo mucho más allá del momento en que entendí la hermosa mentira que siempre fue: “Ese fue el día que nadie más nació, sólo vos”. La idea de ser el único nene del mundo cumpliendo años ese día me hacía inexplicablemente feliz hasta que empecé pre-escolar y vi que dos compañeritos y Felicia, nuestra cantinera, cumplían años conmigo ese día. De un momento a otro el mundo se hizo un poco más grande y mi mamá un poco más chica. Con los años por suerte uno pasa a entender que todos finalmente pertenecemos al Club de Futuros Fantasmas, y para pertenecer en relativa armonía a ese club es aconsejable entender lo más rápido posible, que las cosas que sencillamente no nos deberían importar son demasiadas.

A mi papá lo reconocí de espaldas. Tenía ese pelo alocado que conocía tan bien de las fotos y esa tribilinesca postura que los genes fueron tan graciosos en pasarnos a mi hermano y a mí. Mi papá estaba fumando en la sala de espera y no sé si me chocó más ver a una persona fumando en el sector de maternidad de un hospital o enterarme que mi viejo fumaba, dato que me hubiese sido muy útil a los trece cuando me encontró con una caja de Marlboro y me persiguió por toda la casa con cinto en mano.

Yo: Hola.

Mi viejo: Hola, que tal?

Yo: Bien, vos?

Mi viejo: Está naciendo mí primero, manejando los nervios. Cigarrillo?

Yo: No, gracias.

(Pausa)

Mi viejo: Y vos? Tu mujer está adentro también?

Yo: No, yo estoy…de visita.

Pausa y mi viejo me mira fijamente. En ese momento tiene exactamente diez años menos que yo. Es literalmente un pibe y hay tantas cosas que quiero decirle, consejos y predicciones que le pueden cambiar drásticamente el destino para bien, pero no, no puedo. En el peor de los casos el universo se parte en dos y en el mejor de los casos un tipo 10 años menor que yo me termina persiguiendo con su cinto por los pasillos de un hospital para fumadores. Me quedo callado y mi viejo me sigue mirando.

Mi viejo: Me tenés cara conocida.

Yo: Ah sí?

Mi viejo: Como te llamás?

Yo: Yo?

Mi viejo: Si amigo, tu nombre.

Yo: Eeeem…..Martín, Martín McFly.

Mi viejo: McFly?

Yo: Si.

Mi viejo: Es yanqui eso?

Yo: Irlandés creo.

Mi viejo: Irlandés?

Yo: Sí, de Irlanda.

Mi viejo: Yo me llamo Luis, mucho gusto.

Mi papá me extiende la mano y en ese instante me arrepiento de las veces que le voy a fallar en ese futuro que arranca hoy. El nudo en mi garganta afortunadamente me impide pedirle perdón por todas las mentiras que van a envolver las pocas verdades que con el tiempo le voy a decir. Me doy cuenta lo realmente parecidos que somos y que todas esas veces en las que me sentí como un mal cover fueron una pérdida de tiempo. En ese instante me disculpo en silencio por todo lo que algún día le voy a defraudar y le extiendo mi mano a mi papá.

Yo: Mucho gus…

Una enfermera abre una puerta y le llama. Sin decirme una palabra más se da la vuelta, se aleja corriendo y me deja con la mano extendida al vacío. Teniendo en cuenta que se fue a verme a mí la falta de cortesía es matemáticamente anulada. Trato de absorber el momento todo lo posible y me retiro. Elijo no ver a mi mamá, elijo no verme a mí mismo. No creo poder tolerarlo.

Cuando desciendo las escaleras al primer piso me cruzo con un doctor que me recuerda mucho al papá de la serie “Blanco y Negro que en ese momento todavía no existía y hoy ya no existe. Estar perdido dentro de lo que va a ser y lo que ya no es más, es una experiencia difícil de recomendar.

Doctor: Traumatología es en el segundo piso, joven.

Yo: Perdón?

Doctor: Anda a traumatología y pregunta por Nuria. Esa contusión no se ve nada bien.

Yo: Contusión? Eso es como un chichón?

Doctor: Si, te golpeaste fuerte en la frente por lo visto. Permiso, tengo un parto. Mucha gente naciendo hoy, más de lo normal.

Me toco la frente y siento el chichón.

Entro al baño y me miro al espejo. Cuando un hemisferio de mi cerebro registra a ese tercer ojo abriéndose por primera vez en el centro de mi frente, el otro hemisferio suma 35 más 35.