Oro?
Mujeres?
Poder?
Vida eterna?
Qué hubieras elegido vos?
De haberle tomado en serio a ese viejito al que salvé de ser
arrollado por un Línea 24 cuando me dijo que me concedía un deseo, el que yo
quiera, quizás hubiera elegido algo muy diferente. Quizás si prestaba más
atención y notaba que eso que estaba en su frente no era un grotesco lunar sino
un tercer ojo, es más que probable que hubiese reconsiderado el deseo que a
continuación elegí.
Sus palabras exactas: “Setenta años de vida le otorgan a uno el
poder de conceder un deseo, yo tengo setenta años y ese deseo es ahora para
vos”. Me reí y me despedí. Los locos son entretenidos pero yo estaba llegando
tarde al trabajo. El señor de setenta años me agarró del brazo con una fuerza
que no coincidía con su apariencia y me dijo en una voz que podía fácilmente
ser interpretada como amenazadora: “Tu deseo…ahora”.
Y fue ahí cuando le contesté con el primer disparate que me vino a
la cabeza para que aquel anciano senil me deje ir en paz; pero viéndolo ahora
en retrospectiva me doy cuenta que las siguientes diez palabras que salieron de
mi boca estaban tatuadas en el ADN de mi propio destino desde que alguien se
dio cuenta por primera vez que cada día nuevo es una oportunidad para vengarse
del día anterior.
“Quiero viajar en el tiempo hasta el día que nací”.
Y así como estoy escribiendo esto y así como ustedes lo están leyendo,
fue de una manera similarmente sencilla en la que al abrir de vuelta mis ojos,
que cerraron a causa de un minúsculo pestañeo ocasionado por un destello
proveniente de ese tercer ojo, que al escuchar mi deseo repentinamente se
abrió. Me encontré parado en el mismo lugar en el que había estado un segundo
antes pero 35 años en el pasado. El año en que nací.
“Quiero viajar en el tiempo hasta el día que nací”, el enigma del
porque dije eso permanecerá conmigo para siempre. Esta historia no está escrita
en un tiempo particular y las cosas van a oscurecer antes de aclararse.
No consumía drogas fuertes, bebía sólo socialmente y había dejado
de fumar hace un par de años, ese era todo mi historial vicioso.
Psicológicamente me consideraba una persona sana. Mi punto es que pude
discernir al instante que eso que me pasaba no era una alucinación ni la
bienvenida a un estado de demencia y mucho menos un sueño, porque los sueños
tienen una especie de guiño constante en el que tratan de revelarnos lo que
son.
Caminé por las calles que hasta hace instantes me eran tan
familiares, como si estuviese en otro planeta. Todo era extraterrestre: la
gente, los autos (los modelos y la escasa cantidad de ellos), el tranvía, nadie
hablando por celular, las palabras “Paz y Progreso” escritas hasta en el
carrito de un panchero y la temperatura…era marzo y hacía frío.
Pasó una hora y mi shock bajó sólo un cambio. Por suerte el bigote
hipster que me había dejado irónicamente para molestar a mi novia, me estaba
ayudando a camuflarme, teniendo en cuenta que absolutamente todos los hombres
en aquella época usaban bigote. De golpe me di cuenta que así como yo observaba
atentamente todo, todo me estaba empezando a observar atentamente a mí.
Eran mis vaqueros rotos, los que en el tiempo del que yo venía ya
pasaron de moda y en la época en la que aterricé todavía no entraron de moda.
Hice la nota mental de que es peligroso viajar en el tiempo sin un sentido de
estilo y empecé a caminar un poco más rápido. Había escuchado historias de cómo
te metían preso por mucho menos que vaqueros rotos en ese salvaje momento en nuestra
línea de tiempo.
Me subí a un taxi y le pedí que me lleve al hospital donde en ese
momento yo tendría que estar naciendo, al fin y al cabo vine hasta acá con un
propósito. En el futuro ese hospital ya no existe, fue demolido para hacer
lugar a un shopping. O sea el lugar en el que yo vine al mundo es hoy día
probablemente un Ricky Sarkani®.
Al ver la reacción de mi taxista al mirar el billete de diez mil
guaraníes con el que estaba tratando de pagarle no me tomó mucho tiempo
descifrar la situación. Diez mil guaraníes valía considerablemente más en aquel
entonces y cuando el hombre se alistaba a carajearme le convertí en mi mejor
amigo con sólo seis palabras: “Quedáte con el vuelto, mi cuate”.
Cuando tenía más o menos 6 años le pregunté a mi mamá si muchos
niños nacieron el día que yo nací, su respuesta se quedó conmigo mucho más allá
del momento en que entendí la hermosa mentira que siempre fue: “Ese fue el día
que nadie más nació, sólo vos”. La idea de ser el único nene del mundo
cumpliendo años ese día me hacía inexplicablemente feliz hasta que empecé
pre-escolar y vi que dos compañeritos y Felicia, nuestra cantinera, cumplían
años conmigo ese día. De un momento a otro el mundo se hizo un poco más grande
y mi mamá un poco más chica. Con los años por suerte uno pasa a entender que
todos finalmente pertenecemos al Club de Futuros Fantasmas, y para pertenecer
en relativa armonía a ese club es aconsejable entender lo más rápido posible,
que las cosas que sencillamente no nos deberían importar son demasiadas.
A mi papá lo reconocí de espaldas. Tenía ese pelo alocado que
conocía tan bien de las fotos y esa tribilinesca postura que los genes fueron
tan graciosos en pasarnos a mi hermano y a mí. Mi papá estaba fumando en la
sala de espera y no sé si me chocó más ver a una persona fumando en el sector
de maternidad de un hospital o enterarme que mi viejo fumaba, dato que me
hubiese sido muy útil a los trece cuando me encontró con una caja de Marlboro y
me persiguió por toda la casa con cinto en mano.
Yo: Hola.
Mi viejo: Hola, que tal?
Yo: Bien, vos?
Mi viejo: Está naciendo mí primero, manejando los nervios.
Cigarrillo?
Yo: No, gracias.
(Pausa)
Mi viejo: Y vos? Tu mujer está adentro también?
Yo: No, yo estoy…de visita.
Pausa y mi viejo me mira fijamente. En ese momento tiene exactamente
diez años menos que yo. Es literalmente un pibe y hay tantas cosas que quiero
decirle, consejos y predicciones que le pueden cambiar drásticamente el destino
para bien, pero no, no puedo. En el peor de los casos el universo se parte en
dos y en el mejor de los casos un tipo 10 años menor que yo me termina
persiguiendo con su cinto por los pasillos de un hospital para fumadores. Me
quedo callado y mi viejo me sigue mirando.
Mi viejo: Me tenés cara conocida.
Yo: Ah sí?
Mi viejo: Como te llamás?
Yo: Yo?
Mi viejo: Si amigo, tu nombre.
Yo: Eeeem…..Martín, Martín McFly.
Mi viejo: McFly?
Yo: Si.
Mi viejo: Es yanqui eso?
Yo: Irlandés creo.
Mi viejo: Irlandés?
Yo: Sí, de Irlanda.
Mi viejo: Yo me llamo Luis, mucho gusto.
Mi papá me extiende la mano y en ese instante me arrepiento de las
veces que le voy a fallar en ese futuro que arranca hoy. El nudo en mi garganta
afortunadamente me impide pedirle perdón por todas las mentiras que van a
envolver las pocas verdades que con el tiempo le voy a decir. Me doy cuenta lo
realmente parecidos que somos y que todas esas veces en las que me sentí como
un mal cover fueron una pérdida de tiempo. En ese instante me disculpo en
silencio por todo lo que algún día le voy a defraudar y le extiendo mi mano a
mi papá.
Yo: Mucho gus…
Una enfermera abre una puerta y le llama. Sin decirme una palabra
más se da la vuelta, se aleja corriendo y me deja con la mano extendida al
vacío. Teniendo en cuenta que se fue a verme a mí la falta de cortesía es
matemáticamente anulada. Trato de absorber el momento todo lo posible y me
retiro. Elijo no ver a mi mamá, elijo no verme a mí mismo. No creo poder
tolerarlo.
Cuando desciendo las escaleras al primer piso me cruzo con un
doctor que me recuerda mucho al papá de la serie “Blanco
y Negro” que en ese momento todavía
no existía y hoy ya no existe. Estar perdido dentro de lo que va a ser y lo que
ya no es más, es una experiencia difícil de recomendar.
Doctor: Traumatología es en el segundo piso,
joven.
Yo: Perdón?
Doctor: Anda a traumatología y pregunta por
Nuria. Esa contusión no se ve nada bien.
Yo: Contusión? Eso es como un chichón?
Doctor: Si, te golpeaste fuerte en la frente por
lo visto. Permiso, tengo un parto. Mucha gente naciendo hoy, más de lo normal.
Me toco la frente y siento el chichón.
Entro al baño y me miro al espejo. Cuando un hemisferio de mi
cerebro registra a ese tercer ojo abriéndose por primera vez en el centro de mi
frente, el otro hemisferio suma 35 más 35.