
Sentado con tres de mis menos peores amigos en el más peor puterío del hemisferio sur-occidental, en una Noche Buena de los noventa. No fue un año benévolo; corazones rotos por todos lados. Tomando whisky del peor. Hielos marrones.
En una de las mesas adyacentes se arma una pelea espesa entre dos trabajadoras sexuales. Se pelean por el corazón de un comisario que está ahí para celebrar el nacimiento del niñito Jesús (para vos Má).
El polizonte está con el uniforme matemáticamente planchado, corte de pelo petitero y arma de fuego brillosa aluminio; disfrutando de los tirones de pelo y uñas en los ojos en su honor, picho como pocos. De repente la pelea sube tres cambios y se gradúa de meramente simpaticona a posible tapa de Crónica del día siguiente.
Puta #1: ¡Vos no te vayas a hablarme así, yo soy chica de familia!
La chica de familia rompe una Pilsen tres cuartos contra la mesa.Birra fría sacrificada al éter.
Puta #2: ¡¿A quién lo que vos le vas a clavar con eso?! ¡Aurelio, dame tu pistola!
Aurelio (El Comisario): ¡¿Ndé tarová mbaé?!
Aurelio calma los ánimos con un certero bife a Puta #2 quien osó extender la mano hacia su imponente revólver. Por la forma en que, ni el melancólico matón cerca de la puerta ni el muñeco detrás de la barra se inmutaron, deduzco que Aurelio es el que manda acá. Y sí, era de esperarse.
Ya enfriado el culebrón, nuestras atenciones vuelven a nuestros vasos de güisqui. Rolo, mi mejor amigo, hace un brindis.
Rolo: ¡Por la concha de Mariela, salud!
Salud Rolo, salud hermano del alma, en serio…
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